Entrevista a María Ramos, especialista en duelo: “El dolor que sienten las personas en duelo no es una patología; es, simplemente, un reflejo del amor que sienten hacia alguien que ya no está”

María Ramos es terapeuta especializada en duelo y actualmente se dedica a investigar para entender la muerte, el duelo y el acompañamiento. Desde su cuenta de Instagram, @unmillondepedazos, aborda a corazón abierto esta temática y su propia experiencia tras sufrir la pérdida de uno de sus seres queridos más cercanos, su marido. La ilustración, el arte y los libros son las herramientas con las que ella afronta estos temas. Desde el pasado mes de enero, además, dirige el club de lectura “Leyendo el duelo”, en el que ya se han leído El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, y La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. Durante marzo y abril toca Salvaje, de Cheryl Strayed, uno de mis libros favoritos.

PREGUNTA: En Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom, el enfermo de ELA protagonista del libro, Morrie Schwartz, dice algo así sobre la muerte: “Morirse es natural. El hecho de que hagamos tanto alboroto al respecto se debe por completo a que no nos vemos a nosotros mismos como parte de la naturaleza. Pensamos que estamos por encima. Pero en la naturaleza todo lo que nace, muere”. Me da la sensación de que generaciones anteriores tenían más interiorizado todo este tema. ¿En qué momento hemos dejado de hablar de la muerte y del duelo?

RESPUESTA: Nuestra relación con la muerte y el duelo ha ido cambiando con el paso de los siglos. Hay un libro que explica muy bien este proceso: Historia de la muerte en occidente, de Philippe Ariés. Según el autor los cambios más rápidos y radicales tuvieron lugar a lo largo del siglo XX, cuando la felicidad comenzó a convertirse en una necesidad que debía estar satisfecha en todo momento. Nada debía perturbarla. Fue entonces cuando empezamos a esconder y a censurar todo lo que hiciese referencia a la muerte, al dolor, a la dificultad, a la tristeza. En apenas cien años estos temas han pasado de ser algo consciente y cotidiano, a ser uno de los mayores tabúes de nuestra sociedad.

Desde mi punto de vista hay, además, un segundo cambio, más reciente, relacionado con el movimiento del pensamiento positivo. No hay nada malo en ser positivo, hay potencial en esta forma de responder, salvo cuando se fuerza a alguien a estar bien en una situación en la que no es natural estarlo. Es lo que se denomina positividad tóxica, una tendencia que siente una profunda aversión por las emociones “negativas” y que nos obliga a mirar el lado bueno de todo lo que nos sucede. Pero hay realidades que no podemos positivizar y que sólo podemos aprender a llevar en nosotros. Es aquí donde nuestra cultura falla. El dolor que sienten las personas en duelo no es una patología, no es un error. No es algo que necesite ser escondido ni reconducido. Es, simplemente, un reflejo del amor que sienten hacia alguien que ya no está. Intentar separarlas de él no es una buena estrategia, pero llevamos tanto tiempo respondiendo así que no sabemos cómo hacerlo de otro modo. La buena noticia es que podemos aprender a hacerlo, no perfectamente, pero sí mejor.

P: En los últimos años he leído varios libros sobre la muerte y el proceso de duelo y, en una ocasión, consulté a quienes me leen para saber si les atraían este tipo de temas. La mayoría respondió que no y está claro que evitamos hablar de todo aquello sobre lo que sobrevuela la muerte. ¿Qué consecuencias tiene?

R: Es normal que no sepamos cómo hablar sobre la muerte y el duelo, ya que no estamos acostumbrados a hacerlo. Es normal que nos sintamos raros y torpes cuando deseamos abordar estos temas. Esperar que rompamos el tabú sin mayor esfuerzo es mucho pedir. Lo importante es tomar conciencia de esta dificultad y decidir qué queremos hacer con ella. Antiguamente, hablar sobre la propia muerte se consideraba una responsabilidad, algo que hacías por tu propio bien, pero también por tus seres queridos. Hacer testamento, hablar sobre lo que nos gustaría que hiciesen con nuestro cuerpo y nuestras pertenencias, era algo natural, algo que hacías para asegurar que las cosas se harán como te gustaría, y para liberar a tus familiares y amigos de tomar esas decisiones tan difíciles. No es necesario pasarse todo el tiempo hablando sobre la muerte, pero darle un lugar en la mesa, junto a los otros acontecimientos de la vida, permite cuidar una realidad que nos afecta a todos. Podemos verlo como un tema monstruoso o como un acto de responsabilidad hacia ti mismo y hacia quienes quieres.

P: Joan Didion en su libro, El año del pensamiento mágico, dice que “el dolor resulta ser un lugar que ninguno de nosotros conoce hasta que lo alcanza. Anticipamos (sabemos) que alguien cercano a nosotros podría morir, pero no miramos más allá de los pocos días o semanas que siguen inmediatamente a una muerte tan imaginada”. ¿Es posible/recomendable/sano preparase para sufrir un duelo?

R: Sí, lo es. Aunque al mismo tiempo, nada puede prepararnos para lo que realmente supone perder a alguien que es central para ti. No podemos saber qué vamos a sentir ni qué vamos a necesitar si esta pérdida sucede, pero abrir diálogos sobre lo que creemos que podría ayudarnos en una situación de dolor o emergencia es una forma de romper el tabú y de normalizar la conversación, para que, llegado el momento, sea más fácil abordarla. Si después la realidad resulta ser diferente a como pensabas que sería, tendrás un punto de partida sobre el que expresar lo que te está sorprendiendo o resultando más complicado en tu duelo.

Antiguamente, hablar sobre la propia muerte se consideraba una responsabilidad, algo que hacías por tu propio bien, pero también por tus seres queridos

P: Sé que recientemente, en tu club de lectura, has leído La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, un libro que trata sobre el duelo de Marie Curie y el de la propia escritora al perder a su marido. En un pasaje del diario de Marie Curie, ella dice: “Ha muerto”. ¿Acaso puede una comprender tales palabras?” Y Joan Didion repite a lo largo de su libro: “Te sientas a cenar; y la vida que conoces se acaba”. ¿Cómo afrontar estos primeros momentos de duelo?

R: Los primeros momentos del duelo son un mundo aparte. Hay demasiado que procesar y el agotamiento físico y mental no deja margen para ser funcional o hacer esfuerzos. En estos momentos contar con personas que puedan ayudarnos a gestionar las tareas cotidianas, la parte administrativa y todo lo relacionado con el cuerpo y el funeral, puede marcar la diferencia. Si puedes, delega responsabilidades y acepta este apoyo.

P: Después del primer mazazo, en el que ni siquiera, como dice Joan Didion, eres consciente de lo que pasa, viene el duelo como tal, un duelo del que Rosa Montero dice que vivió como una enfermedad de la que creyó debía curarse cuanto antes, lo que fue un error. De hecho, ella dice que “la vida es tan tenaz, tan bella, tan poderosa, que incluso desde los primeros momentos de la pena te permite gozar de instantes de alegría […] Pero, al mismo tiempo, la pena también sigue su curso. Y eso es lo que nuestra sociedad no maneja bien: enseguida escondemos o prohibimos tácitamente el sufrimiento”. ¿Cómo afrontar la nueva realidad una vez que se pasan los primeros días?

R: Nuestra falta de conversaciones en torno al duelo hace que las personas que han perdido a un ser querido no sepan si lo que están sintiendo es normal, ya que se nos presiona a estar bien lo antes posible. Nadie nos dice que el duelo es una experiencia larga e intensa, que es normal que pierdas capacidades cognitivas, motivación, energía, que tu cuerpo responda a la pérdida con dolor, que tengas problemas para comer y dormir, que las fases del duelo no son lineales, que lleva mucho tiempo reconstruirse, que no hay un punto final al que debas llegar. El mejor consejo que recibí cuando perdí a mi pareja vino de parte de otra viuda precoz. Bebe agua y respira, me dijo. No es necesario que hagas nada más. No hay prisa, no hay soluciones mágicas. No tienes que correr ni que sentirte mal por estar mal. Todo lo que sientes tiene sentido y es correcto.

P: El COVID ha puesto de manifiesto, más si cabe, que no estamos preparados para el acompañamiento al final de la vida, el duelo y la asistencia a familiares. ¿Cómo podemos hacer más pequeña esta brecha?

R: Todos merecemos que nuestro dolor sea escuchado, no importa a qué tipo de pérdida nos enfrentemos. Necesitamos abrir espacios para que exista aquello que deseamos para nosotros mismos: respeto, compasión, aceptación, un camino menos solitario a través del dolor. Cuando nos enfrentamos a situaciones que no podemos solucionar ni mejorar, la mejor respuesta es el reconocimiento. En muchos casos las personas sólo necesitan sentirse escuchadas, comprendidas. Tener a alguien con quien compartir su rabia, su frustración, su tristeza. Cuando a nuestro alrededor hay oscuridad, es normal sentirse oscuro. No sé si la brecha puede hacerse más pequeña, pero podemos sostenerla permaneciendo al lado de estas personas, aceptando totalmente lo que sienten.

P: Hay un tema que me inquieta bastante y que, además, es bastante tabú y es que, cuando fallece alguien, no sabemos cómo acercarnos a sus familiares más cercanos a darles el pésame. ¿Cuál es la mejor manera de expresarle a alguien tu sentimiento?

R: Al igual que no existe una forma ideal de estar en duelo, tampoco la hay para acompañar, pero cuando hablamos con alguien que acaba de sufrir una pérdida está bien preguntarnos qué deseamos conseguir con nuestras palabras. ¿Animar a esa persona? ¿Evitar conectar demasiado, para protegernos? ¿Acompañarla incondicionalmente, sienta lo que sienta? Es importante tomar conciencia de lo que nos mueve a hablar, porque, si no deseamos sintonizar con esa persona, es posible que acabemos empeorando la situación. Las frases hechas, los consejos no solicitados, los ánimos, las correcciones, pueden ser como dardos directos a su corazón. Está bien ser honestos y admitir que no sabemos qué decir ni qué hacer. Está bien reconocer que la realidad nos supera, que desearíamos que el dolor que siente no existiera, pero que sabemos que eso no es posible. Recuerda que el duelo pertenece a la persona en duelo y que tu opinión al respecto es irrelevante. Les corresponde a ellos decidir cómo de profunda es su pena, del mismo modo que tú tomas esas decisiones en tu vida. Nuestra función es permitirle dar salida a lo que siente, sin corregirlo, censurarlo ni juzgarlo. Es permanecer en un lugar que nos incomoda y nos asusta, sin intentar transformarlo en algo más agradable.

Cuando nos enfrentamos a situaciones que no podemos solucionar ni mejorar, la mejor respuesta es el reconocimiento

P: Para los que han perdido recientemente a un ser querido, ¿qué podemos hacer para preservar la memoria del fallecido y que su legado quede?

R: El gran objetivo del duelo es hacer que el amor siga fluyendo, hacia la persona que has perdido, hacia ti mismo, hacia los demás. Parece fácil, pero abrir este espacio en medio del vacío ocasionado por la pérdida es muy difícil. Ve poco a poco. Si algo te llama, si sientes que algo hace que tu corazón se emocione, ve hacia allí. A veces serán cosas que te recuerden a quien has perdido, y otras serán cosas que nunca habrías imaginado. La pérdida cambia nuestros intereses, algunos desaparecen y otros se refuerzan. Si algo te llama, ve. Si no tienes fuerzas para ir y sólo eres capaz de girarte en esa dirección, hazlo. Ese movimiento ya es mucho. A veces no habrá nada que te emocione, habrá momentos en los que el dolor, el aburrimiento, el vacío, la rabia, la soledad, regresen, y eso está bien. Reconoce todo lo que eres, todo lo que forma parte de ti. Mereces vivir una vida honesta y auténtica. Deja que ese amor hacia ti mismo te lleve. Hónralo. Honra tu amor, tu dolor. Tu alegría, tu pena. Lo que tienes, lo que has perdido. Un momento tras otro.

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