La reseña del libro de hoy, no podría publicarla más que un martes, haciendo honor a la historia de los dos protagonistas: Morrie Schwartz y Mitch Albom. Ellos mismos, a lo largo del texto, se definen como “personas de los martes”. ¿Y qué significa esto? Para nosotros desde fuera puede que nada, pero adquirirá sentido si te digo es que el típico chascarrillo que todos compartimos con personas con las que tenemos una relación muy estrecha, eso que nos vincula. ¿Te suena, no?
Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom es un libro biográfico que narra la historia real de Morrie Schwartz, un profesor de sociología de la Universidad de Brandeis (Massachusetts), y Mitch Albom, alumno y amigo suyo. Después de acabar la universidad y tras una relación de amistad muy estrecha entre ambos, Mitch sigue su camino en la vida y pasan años antes de que vuelvan a verse. Lo que ninguno sabe entonces es que su reencuentro estará marcado por la enfermedad terminal que sufrirá Morrie. Y por un programa de televisión.
Pero, ¿qué hacía Morrie en el programa Nightline, de Ted Koppel? Lo de siempre: intentar ayudar a los demás, aunque esta vez la situación era bastante crítica para él: Morrie había sido diagnosticado de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) y con su testimonio en ese programa quería que su mensaje se difundiera lo máximo posible.
Lejos de ser un mensaje marcado por la pena, lo que Morrie quería era transmitir cómo afrontaba alguien el final de la vida, su final de vida, en el que, a pesar de la enfermedad que sufría, había decidido vivir.
Cuando Mitch se entera de la situación de Morrie, vuelve a ponerse en contacto con él y no hacen falta más que unos segundos para que ambos volviera a sintonizar. Es como si aquellos años hubiesen sido tan solo unos días. Seguían siendo los mismos. Y era martes, el mismo día que solían reunirse en la universidad. Y, en ese momento, comenzó la última asignatura entre los dos.
Morrie y Mitch decidieron juntarse todos los martes para que el alumno pudiera coger notas y publicar un libro en el que se contara la historia de Morrie para que, tal como este quería, llegara al máximo número de personas posible.
Fue de esta forma como Entrenador y Jugador se reunieron allá por el año 1995 un total de 14 martes en los que intentaron dar respuesta a esas grandes preguntas que nos hacemos todos en algún momento de nuestra vida: muerte, miedo, vejez, codicia, matrimonio, familia, sociedad, perdón,… Todo ello en el contexto del avance progresivo de la enfermedad de Morrie: “Cuando llegue a los pulmones, estaré muerto”.
En sus conversación hablan de la necesidad de aprender a dar amor y a dejarlo entrar; del perdón; de la autocompasión racionada que se suministraba Morrie antes de concentrarse en las cosas buenas de la vida; en el significado de la familia y del matrimonio; en el reconocimiento de las emociones y el desapego de ellas; de la vejez como sinónimo de aprendizaje y realización más que de cercanía a la muerte; y de la misma muerte.
– … tuve un acceso de tos terrible. Duró horas enteras. Y la verdad es que yo no estaba seguro de salir de aquello. No tenía aliento. El ahogo no se me pasaba. En un momento dado empecé a marearme… y entonces sentí una paz, sentí que estaba preparado para irme […] Fue una sensación increíble. La sensación de aceptar lo que pasaba y estar en paz.
Morrie falleció finalmente en noviembre de 1995 y Mitch cumplió con el deseo de su viejo profesor: expandir a través de las fronteras su mensaje. Un mensaje que, a pesar de que está enmarcado en el contexto de la enfermedad y la muerte, tiene multitud de mensajes positivos y optimistas.
– […] Pensamos que, por ser humanos, estamos por encima de la naturales. No lo estamos. Todo lo que nace muere […] Ahora he aquí lo positivo […] Todo el amor que has creado sigue allí. Todos los recuerdos siguen allí. Sigues viviendo en los corazones que has conmovido y que has nutrido mientras estabas aquí.
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03/09/2019
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