Entrevista a Azucena López, sobre la depresión: “Sufro depresión desde hace 21 años, pero me considero una persona normal: tengo una cabeza, ojos, manos, un hijo, trabajo,… Lo típico”

Hoy jueves, 13 de enero, se conmemora el Día Mundial de Lucha contra la Depresión. Para mí, esta enfermedad es una vieja conocida, y no porque la haya sufrido en primera persona, sino por ser testigo directo. Mi hermana Azucena, conocida en redes por su proyecto de orden y organización, @ordenaconazucena, convive con ella desde hace más de dos décadas.

Ella, aunque sabe lo que es estar en el fango, abandera una manera de visibilizar la enfermedad que rompe moldes. Lo hace hablando alto y claro, sin pelos en la lengua ni pudores, de su experiencia, con el fin de poner rostro a los números y de contribuir a desestigmatizar y normalizar una enfermedad poco comprendida.

Porque sí, ella está enferma, pero en este tiempo ha aprendido a conocerse, a saber cómo le afecta la depresión y a utilizar herramientas que la ayudan en el día a día desde hace 21 años. Y, ojo, la depresión es su forma de vida, pero el humor también. Hoy, además, ha estrenado nuevo proyecto, @sinceramenteazu, en el que hablará de la depresión sin tabúes.

Este contenido es un testimonio real y expresa la experiencia personal de la entrevistada. Si padeces depresión, recurre siempre a un especialista.

Entrevista a Azucena López, sobre la depresión: “Sufro depresión desde hace 21 años, pero me considero una persona normal: tengo una cabeza, ojos, manos, un hijo, trabajo,… Lo típico”

Mientras lees, puedes escuchar la banda sonora que acompaña a la protagonista de esta historia en su proceso.

Pregunta: ¿Qué es para ti la depresión?

Respuesta: Básicamente, la depresión es mi forma de vida. Llevo 21 de mis 35 años conviviendo con un diagnóstico de depresión con TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), lo que quiere decir que mis pensamientos raramente se van y que siempre estoy peleando con ellos.

Aparte de eso, soy una persona normal: tengo una cabeza, ojos, manos, un corazón, pulmones para respirar, en fin, lo típico. También he construido una familia, soy madre, trabajo y me considero una mujer inteligente. Y a veces la gente me dice que me ve bien para padecer esa enfermedad, como si hubiera un patrón para esto. Claro ejemplo de cuánto está de estigmatizada.

P: Sin embargo, tú lo que pretendes en tu día a día y en tus canales de comunicación es justo lo contrario: darle visibilidad, para que se conozca bien, y normalizarla, para que deje de ser tabú. Y, además, lo haces con humor. ¿Son términos incompatibles, depresión y humor?

R: Por supuesto que no son incompatibles, pero se puede percibir así y corres el riesgo de que la gente no tome en serio lo que te pasa. Se representa a la persona depresiva siempre llorando, pero ¿no te puedes reír de tus propias desgracias?

Si sufres otro tipo de patología grave nadie se atrevería a decirte que te ve muy feliz a pesar de estar enfermo. Se te permite tener buenos días, reír, arreglarte, etc. Sin embargo, con depresión tienes que estar siempre en la cama, muerto de miedo y con ojeras.

Tampoco estaría bien visto decirle a alguien muy enfermo que deje el tratamiento que le ha puesto el médico y que pruebe con alternativas naturales para que no se vuelva adicto. Yo he tenido que escuchar ese comentario muchas veces. Y no creo que sea justo.

P: Escuchándote, entiendo que este punto en el que te encuentras ahora no es el de partida y que has tenido que trabajar mucho durante largo tiempo. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

R: A lo largo de mi historia con la depresión, y ya van 21 años, he tenido tres caídas importantes. La primera vez no sé cómo me di cuenta, la verdad. Empecé a encontrarme mal una noche, creo que era un jueves. Recuerdo que cené filetes de pollo empanados y, cuando me acosté, empecé a sufrir espasmos. No dormí, no dije nada a nadie, me tomé un gelocatil y, a la mañana siguiente, me fui de excursión al Museo del Prado. En el asiento del autobús comencé a pensar que las cosas no iban como siempre. Los días siguientes sufrí varios ataques de ansiedad y dejé de querer salir. Tenía 13 o 14 años.

Entonces, mi madre me llevó al médico, me recetaron Diazepam, Transilium y el antidepresivo común y, al cabo de un tiempo, me derivaron al centro de salud mental para hacer terapia con gente que, literalmente, se daba cabezazos contra la pared. Un día, alguien me dijo que no me preocupara porque acabaría de la misma manera. Al salir, le dije a mi madre que no iba a volver. Y no volví.

Continué con la medicación que me recetaba la doctora de cabecera, y así tiré hasta que cumplí 18 años y fui por primera vez al psiquiatra. Me hizo un estudio, concluyó que tenía anulada la glándula de la serotonina, me reguló y adaptó la medicación, y empecé a ver la luz.

A partir de aquí, pasé por todas las fases de un proceso de duelo: rencor, dolor, lucha, resignación y, por fin aceptación. Acepté que, en mi caso, la depresión no se cura, se supera, que hay temporadas, y que esperas que cada vez sean menos crueles. Por supuesto, buscas herramientas, te empiezas a conocer mejor, a saber cómo responde tu cuerpo, comienzas a abrirte y a contar la realidad.

P: ¿Se va haciendo más débil?

R: En realidad, tú la haces más débil, reconociendo el momento en el que notas que vuelve. Yo la he vuelto a sentir fuerte por tercera vez en mi vida durante la pandemia: me quedé sin trabajo y parecía que no valía para nada. Noté que estaba cayendo porque cuando dejaba a mi hijo en el colegio, me metía en la cama. En esta ocasión, jugué con la ventaja de conocerme.

P: Dices que llegó un momento en tu vida en que empezaste a abrirte y a contar la realidad. No es muy común que la gente hable de su depresión. ¿Por qué tú has decidido hacerlo?

R: Precisamente porque lo que hace daño es que estamos ante una enfermedad que no se visibiliza y, es más, está denostada, estigmatizada y ridiculizada. Por eso mucha gente la obvia. Pero a mí ni me hace sentir ridícula, ni tengo que esconderlo porque me siento más libre diciendo que no me encuentro bien.
Esta enfermedad está mal vista porque todo el mundo tiene que ser happy flower, y lo contrario provoca vergüenza. Pero ¿por qué si sufres otro tipo de enfermedad grave tienes el apoyo y comprensión de la sociedad y con la depresión no? También necesitamos comprensión, ayuda, apoyo y, en el sigo XXI, tenemos que seguir hablando mucho de ella para que sea visible. Las consecuencias de no hacerlo ya estamos viendo que son nefastas.

Yo prefiero contar lo que me pasa; siempre hace bien descargar y que te escuchen. Pero, ojo, que nadie lo malinterprete, no es desahogarse, es contar lo que te está sucediendo y del otro espero que no quite valor a nada. Porque puede que para ti no sea para tanto, pero para mí, sí.

P: ¿Qué crees que podría hacer una persona que siente que tiene depresión?

R: Lo primero es reconocer algunos síntomas que no formaban parte de tu día a día. Yo, por ejemplo, empecé a somatizar, me quedé muy delgada, no quería salir, me escondía en el armario, pasaba mucho tiempo en la cama y no tenía ganas de hacer nada.

Cuanto te das cuenta de que algo no está yendo bien, hay que actuar pidiendo ayuda, hablando con alguien, no quedándose solo. Es importante estar acompañado, aunque en esos momentos la compañía te importe una mierda.

En definitiva, tomar consciencia de la enfermedad y construir herramientas como buscar un psiquiatra, un psicólogo o tener la medicación adecuada son elementos clave.

P: ¿Cómo podemos ayudar en un proceso de este tipo desde fuera?

R: Es difícil. La depresión es una enfermedad camaleónica, es decir, si la persona que la sufre no quiere, no te enteras. Puedes estar profundamente triste, pero simular que no. En todo caso, si se sospecha de algo, hay que estar, escuchar, no quitando valor a lo que se dice que se siente. Es necesario crear un entorno en el que la otra persona se sienta libre, tenga su tiempo.

Por otro lado, son necesarios más medios. La sanidad española tiene una gran carencia en el tratamiento de enfermedades mentales. Ahora el Gobierno ha puesto en marcha el número de teléfono 024 para prevención del suicidio, pero para no llegar a este punto se necesita otro tipo de asistencia antes, como psicólogos y psiquiatras. El sistema mental público es penoso, y no todo el mundo se puede permitir 20 minutos de consulta de psiquiatra por 70 euros.

Además, tenemos muchos otros medios para hablar de todo esto: campañas, charlas, documentales, debates, investigación, etc. Y, otra cosa importante, hablar más de casos reales y menos de datos.

P: ¿Qué sientes ahora, en este punto de tu vida?

R: Siento que, aunque tenga depresión, he conseguido formar mi familia, tengo un hijo, trabajo y muchas más cosas. He sobrepasado las bajas expectativas que mucha gente tenía sobre mí.

Cuando se habla de esta enfermedad, la motivación para salir y seguir adelante suele estar fundamentada en los demás, en la gente que te rodea y te quiere. Sin embargo, deberíamos pararnos a pensar que todo sería mejor si alguien nos animara a hacerlo por nosotros mismos.

La depresión es una enfermedad rencorosa y cruel. A veces me gusto, a veces me comprendo, a veces me odio. Lo único que deseo es que nunca le pase a mi hijo.

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