Volverás a Alaska, de Kristin Hannah

El año pasado leí una novela preciosa de Kristin Hannah, El baile de las luciérnagas, con un mensaje que difícilmente voy a olvidar nunca. Fue uno de esos libros de evolución de vida que tanto me gustan, al estilo de Los interesantes, de Meg Wolitzer, y Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler, con unos personajes y una narración envolventes.

Hace unas semanas, según mi método de elección de lecturas basado en “lo que el cuerpo me pida en el momento”, sentí que sería buena idea volver a una novela de evolución, es decir, aquella en la que acompañamos a sus personajes, a lo largo de los años, en la vida misma. Y pensé que con Kristin Hannah y Volverás a Alaska lo tenía asegurado. Y así fue.

1974. Seattle. Desde que Ernt Allbright volvió de la guerra de Vietnam no es el mismo. Tiene pesadillas, es muy cauto con la seguridad y se ha vuelto oscuro y retorcido. No está a gusto en ningún sitio y, cada dos por tres, se muda de ciudad con su familia: Cora, su mujer, y Leni, su hija adolescente de 14 años.

Cuando recibe la carta anunciando que un viejo amigo de Vietnam le ha dejado en herencia una pequeña cabaña en Alaska, no se lo piensa dos veces y, de nuevo, hace planes para empezar allí de nuevo. Pero Alaska no es como los sitios en los que han estado antes. Alaska es un sitio salvaje que, a la mínima puede matarte. Por eso, la obsesión de Ernt Allbrigt es enseñar a su hija y a su mujer sobrevivir en un terreno como ese.

Cora y Leni tienen poco que decir en cuanto al cambio. Ambas siguen a Ernt allá donde sea necesario porque se quieren, porque apoyan a papá y porque anhelan que, en Alaska, él mejore y deje atrás esas pesadillas de la guerra que tanto le atormentan. Alaska es un sitio maravilloso, lleno de naturaleza e impactante a la vista allá donde mires, pero también es un lugar oscuro, frío y aislado que, lejos de ayudar, sacó a la luz la cara más oscura de Ernt Allbright. Y así es como Cora y Leni tienen que aprender a sobrevivir no solo con los peligros externos, sino también con los internos.

Las historias de Kristin Hannah siempre están envueltas de un mazazo de realidad que no deja indiferente. En El baile de las luciérnagas, ese mazazo me dejó pensativa durante mucho tiempo y, aún hoy y aunque pasen muchos años, no olvidaré uno de los mensajes clave que transmite la autora. En Volverás a Alaska pasa lo mismo. En esta ocasión, la moraleja está en cómo una serie de hechos con sus respectivas decisiones pueden no solo condicionar tu vida, sino la de toda tu familia. Para siempre.

La historia de este libro, desde luego es dura, como el entorno en el que se desarrolla. Hay mucha descripción acerca de la vida en este tipo de climas extremos, la supervivencia, la preparación para el invierno, las costumbres, y la gente.

Alaska estaba llena de gente inesperada […] Aquí todos tenían dos historias: la vida de antes y la de ahora.

Por todo esto, Volverás a Alaska tiene también otras historias y personajes secundarios: la de Leni y Mathew; la de Marge la Grande; la de Tom Walker; la de la propia Cora,… Y, desde luego, Alaska en sí misma. Este es un libro largo, como corresponde a un libro de evolución de vida, pero le sobran muchos detalles y algunas páginas, y le faltan otras. Unas partes tienen mucha profundidad y otras pasan muy rápido. Mejor el principio, con una historia sólida y creíble (a pesar de lo inusual de la situación), que el final, con un desenlace rápido y falto de consistencia.

Aun así, un libro del que se puede sacar mucho aprendizaje por el tema que trata y recomendado para amantes de la naturaleza (sobre todo extrema).

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