La templanza, de María Dueñas

El amore sabe de mi amor por los libros. También lo sufre. Los que sois grandes aficionados a la lectura os sentiréis reflejados en estas situaciones:

– Apaga la luz que mañana hay que madrugar… – Una página más, que ahora no lo puedo dejar…

– ¿Qué haces leyendo a las cuatro de la madrugada? – No podía dormir…

– Anoche te quité el libro de la cara, estabas roncando debajo de él… – Te lo inventas, estaba descansando los ojos un poquito…

¿A qué sí, a qué os suenan estas frases? Aun así, él sabe lo que me gusta que me regalen libros, por lo que el día 22 de abril, en la víspera del Día del Libro, fue a una de mis librerías favoritas y se decantó por La templanza, de María Dueñas. TOMA REGALO.

Fui lectora tardía del gran éxito de María Dueñas, la archiconocida novela El tiempo entre costuras. Lo leí a la par que me tragué la serie que emitieron en Antena 3, cuando se lo pedí a una amiga. Y, oye, ¡qué descubrimiento!

Me acerqué a La Templanza con cierto recelo, por eso de las expectativas. Pero, oiga, ese empiece apoteósico: “¿Qué pasa por la cabeza y por el cuerpo de un hombre acostumbrado a triunfar, cuando una tarde de septiembre le confirman el peor de sus temores? Ni un gesto fuera de tono, ni un exabrupto. Tan sólo, fugaz e imperceptible, un estremecimiento le recorrió el espinazo y le subió a las sienes y le bajó hasta las uñas de los pies”.

Este hombre se llama Mauro Larrea y es un español residente en México que un día decidió ir a probar fortuna a la colonia de la madre patria. La historia se sitúa entre 1861 y 1865, en plena Guerra de Secesión Americana, el motivo por el que lo pierde todo.

Pero Mauro Larrea no es un hombre que se amilane por el miedo. Le planta cara. Busca soluciones. Tiene contactos. Es decidido. Apuesta fuerte. Entre enredos familiares que bien podrían formar parte de un culebrón y endeudado hasta las cejas con un usurero “pinche cabrón”, parte hacia Cuba para rehacer su fortuna. Pero la necesidad y el juego por pura supervivencia le devuelven a su España natal, a Jerez, a La Templanza, la viña que antaño perteneciera a Soledad Montalvo, o Sol Claydon.

Allí se enreda en aventuras que le desvían del propósito inicial de su viaje: regresar con una importante fortuna a México y retomar su vida. Pero quizá el destino le tenga algo preparado a Mauro Larrea, más fuerte que su determinación, sus planes y la voz interior que le acompaña durante todo el viaje.

La templanza es una novela exquisitamente escrita, como lo es El tiempo entre costuras. De hecho tiene muchos puntos en común: hay varios escenarios, viajes, personajes de muchos mundos, el desencadenante de todo es una guerra, unos protagonistas con mucho carácter, amor…

Recomendada para todos aquellos a los que os gusten los entramados familiares, las aventuras, las complejas relaciones humanas, conocer nuevos mundos,… mundos en los que ya no volveremos a vivir porque es imposible visitar el siglo XIX si no lo haces de la mano de un libro.

La línea férrea de Jerez

Estación de Ferrocarril de El Puerto Finales del siglo XIX principios del XX

Casi al final de la novela, me llamó la atención la alusión al ferrocarril de Jerez. Si la historia se sitúa entre 1861 y 1865, no queda duda de que la autora se está refiriendo a la primera línea férrea en la provincia de Andalucía, la que unió Jerez y El Puerto en 1854, dos años más tarde de El Puerto al Trocadero, y entre Jerez y Sevilla, Puerto Real y Cádiz en 1861.

Años antes, en 1848 se inauguró la primera línea férrea de España, entre Barcelona y Mataró. No obstante, parece ser que la solicitud para la línea de Jerez, presentada por el comerciante gaditano José Díez e Imbrechts, fue realizada durante la última fase del reinado de Fernando VII (1823-1833) con el fin de despertar el interés de los cosecheros de vinos jerezanos en las ventajas de exportar en un medio de transporte rápido.

Y, aunque la idea y algunos trámites burocráticos se realizaron en los años 30, no se pudo empezar a construir hasta 1852 y fue dos años más tarde cuando se concluyó el primer tramo.

Fotografía: Gente de El Puerto

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