Es posible que la palabra más repetida que he encontrado en las entrevistas a la cantante Chavela Vargas sea “libertad”: “Así ha sido mi vida, una libertad absoluta”. La siguiente, probablemente sea Frida. Frida Kahlo. Pero, a pesar de todas las veces que la cantante habló de ella, su relación continúa siendo un misterio que, con el tiempo, se ha convertido en mito, como la vida misma de la pintora mexicana.
Chavela Vargas salió de su Costa Rica natal a los 17 años. Incomprendida y con una manera especial de entender el arte y la vida, aterrizó en el México de alma bohemia de finales de la década de los años 30 y principios de los 40 del siglo pasado y fue allí donde encontró hueco junto a otros artistas como ella. En ese entorno, un día cualquiera, conoció a Frida, en una fiesta que el matrimonio Rivera-Kahlo daba en su famosa Casa Azul de Coyoacán.
“Sí, ahí estaba. Esa misma noche la bajaron en su camilla; venía vestida de tehuana, muy hermosa. Presidió la fiesta y todo era en honor de Frida, todo: Diego mismo, todo giraba alrededor de ella, porque era una mujer excepcional”, contó Chavela en una entrevista.
Después de mucho leer sobre ellas, he llegado a la conclusión de que, compartiendo espacio y tiempo en este mundo, era inevitable que se conocieran: demasiado parecidas. La conexión entre ambas fue tal que, incluso, Chavela se instaló en la Casa Azul y, durante años, compartió la vida cotidiana con Frida y con su marido Diego, uno de los pintores mexicanos más reconocidos del siglo XX.
“‘Quédate niña, me dijo, estás muy sola y no sabes nada de la vida, quédate en mi casa’, me dijo. Y yo me quedé. Ella pintaba y yo cantaba”, contó Chavela en el libro Las verdades de Chavela.
Y, de esta manera, entre ellas, se fue forjando una relación de la que, a pesar de algún puñado de declaraciones y cartas como la que Frida envió a Carlos Pellicer, parece una incógnita. Así, hasta que Frida murió en julio de 1954.
“La forma de mi dolor, el tamaño. Sólo Frida debía sentirlo. Sólo ella sabía el tamaño de mi amor por ella”, confesó Chavela en 2009, 55 años después del fallecimiento de la pintora, con 90 años.