La biblioterapia más feelgood de Mónica Gutiérrez (Serendipia)

Hace ya algún tiempo que os vengo hablando de la biblioterapia o el arte de utilizar los libros como un modo de desarrollo y de crecimiento personal. 

Por todos es sabido que los libros tienen múltiples interpretaciones y que, igual que la belleza está en el ojo del que mira, el significado de un texto está en el corazón del que lo lee. Esto, unido a una buena elección en el momento y sitio oportunos, permite que lo que estamos leyendo adquiera todo el sentido dentro de nosotros. Encontramos la pieza del puzzle que buscamos.

Los libros con los que haces biblioterapia dependen del momento personal en el que te encuentres. En los últimos años yo he vivido cambios en el seno de mi familia, he tenido que reinventarme a mí misma, eliminar viejos patrones y encontrar nuevos, crecer con mi pareja y buscar un hueco propio en el que sentirme identificada. Y son muchas las lecturas que me han ayudado en este recorrido.

El mes pasado inauguramos esta nueva sección de biblioterapia con Gemma, del blog Wasel Wasel y, en esta ocasión, tengo el inmenso placer de contar de nuevo con una de las escritoras que más sabe de feel good en la blogosfera literaria y con cuyas novelas (El noviembre de Kate y Un hotel en ninguna parte) he disfrutado de lo lindo. Ella es Mónica Gutiérrez, Serendipia (aquí puedes leer la entrevista que le hice tiempo atrás).

Mónica Gutiérrez (Serendipia): “La literatura feelgood me dio buenas ideas para tomarme la vida con una filosofía más optimista”

Una de las cosas que más sorprende cada vez que repaso las estanterías de casa —a menudo en busca de algún volumen escurridizo— es lo mucho que han ido cambiando mis lecturas a lo largo de los años. Supongo que es una característica de quienes hemos crecido con un libro, o dos, o tres, en las manos el percatarnos de que lo que leemos hoy nada tiene que ver con lo que estaba en nuestra mesilla de noche hace 10, 15 o 20 años atrás. No puedo afirmar, sin temor a equivocarme —porque nada es absoluto, ni siquiera la literatura—, que mis lecturas sean de más empaque, de más entidad, o de mayor seriedad lingüística o sintáctica ¿Acaso no eran clásicos los Julio Verne, los Robert Louis Stevenson o los Agatha Christie de mi adolescencia? Pero sí que me atrevo a confirmar, mirando mis lecturas de los últimos años, que la mayoría de lectores nos volvemos exquisitos, exigentes, excéntricos, maniáticos y sofisticados a medida que nos adentramos en la edad adulta y nos pesa la costumbre, la cultura y nuestra (de)formación profesional.

La única constante en mi vida lectora han sido los libros de Historia (de ensayo, investigación, compendio, tesis, etc.) y cierto aborrecimiento por la novela histórica, con excepcionales paréntesis y autores. Pero en el caso de la ficción, reconozco que mis gustos siguen siendo variados. La principal ventaja de tener en casa novelas de tan diverso género es que me permite —como suele ser costumbre de cualquier lector— elegir lectura en función de mi estado de ánimo. Probablemente no ejerza la biblioterapia de manera consciente pero es cierto que la practico: nada mejor que los románticos de principios del XIX para acompañarme en la melancolía; Dorothy L. Sayers, Josephine Tey o Ngaio Marsh para las temporadas de inquietud y poca concentración; Arnold Bennett, Stella Gibbons, P.G. Woodehouse, E.F. Benson, Gerald Durrell, etc. para sentirme a gusto; Ospina para la nostalgia, José C. Vales para aprender, Manuel Rivas para lo inesperado, Shakespeare… Shakespeare siempre, siempre, siempre.

Creo que todos los libros que he leído me han aportado algo, casi siempre riqueza de pensamiento; incluso algunos que tuve que dejar a la mitad porque me resultaban insoportables seguramente me aportaron hastío u horror. Pero aunque la lectura me acompaña en las distintas épocas de mi vida —a veces buenos tiempos, otras, no tanto—, no puedo asegurar que ningún libro en concreto me haya cambiado la vida. Sí que hay lecturas que llevo siempre conmigo, que son parte de mi bagaje sentimental, como Cumbres borrascosas, El señor de los anillos, Cien años de soledad, Matar a un ruiseñor, Orgullo y prejuicio, Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan y Wendy, y tantísimas otras, decenas.

Quizás la única excepción consciente de biblioterapia, una elección de encontrar cierto consuelo en los libros, haya sido el descubrimiento del género feelgood. Conocí esta tendencia literaria a raíz de leer a Arnold Bennett, Jerome K. Jerome, E.F. Benson, Saki, etc.; conecté al instante con sentido del humor, tan british, y con el encanto, a menudo excéntrico, de sus prosas, de la ligereza de sus tramas y personajes, en una época en la que Virginia Wolfe o D. H. Lawrence eran ejemplo de la excelencia literaria. Ellos habían sido precursores involuntarios, junto con otros autores, de un género literario que habría de florecer durante la Segunda Guerra Mundial de la mano de D.E. Stevenson, Barbara Pym, A.G. MacDonell, James Herriot o Delafield, entre muchos otros. Y no es casualidad que en una época de gran dificultad y dolor como esta los lectores escogieran leer feelgood: necesitaban evadirse, pasearse durante unas horas por paisajes más amables y pacíficos. Tampoco fue casualidad que hiciese mis primeras incursiones en este género en un momento de profunda crisis personal y profesional.

Todo lo que leí en aquella época, y que sigo disfrutando ahora, no contribuyó a cambiarme pero sí que me dio sosiego y buenas ideas para tomarme la vida con una filosofía más optimista. Cualquier lector que se mantenga atento a los detalles sabe leer entre líneas los mensajes del Universo.

Si necesitas un respiro del ruido, de las malas noticias, del horror, de las preocupaciones, de los problemas, del dolor, de la enfermedad… Te recomiendo feelgood. Es cierto que debemos luchar cada día para mejorar nuestro mundo y el de quienes nos rodean, pero también necesitamos descansar y para eso nada mejor que el oasis de paz que te proporcionará un libro feelgood. Entre nosotros, en confidencia y voz bajita, ahora que nadie nos lee, te dejo una pequeña lista con algunos de mis libros feelgood de biblioterapia:

  • El libro de la señorita Buncle, de D.E. Stevenson
  • Flores para la señora Harris, de Paul Gallico
  • Trilogía de Corfú, de Gerald Durrell
  • Mr. Rosenblum sueña en inglés, de Natasha Solomon
  • La librería ambulante, de Christopher Morley
  • Un abril encantado, de Elizabeth von Arnim
  • Una temporada para silbar, de Ivan Doig
  • La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey, de M.A. Shaffer

Más información sobre feelgood en Serendipia
Para otros títulos de no ficción, serendipia.monica@gmail.com

5 comentarios

  1. pipi
    04/05/2017

    No tenía ni ida de que existiera literatura "feelgood" pero para mi gran sorpresa 5 de los 8 libros que aparecen en esta lista están entre mis favoritos y entre aquellos que regalo con frecuencia. Los tres títulos restantes voy a buscarlos inmediatamente. Muchas gracias!!!

  2. Maria O.D.
    29/06/2017

    No había escuchado sobre este concepto, ni siquiera de la palabra en sí, pero que gusto haber encontrado esta entrada porque sí que se necesita literatura así, es más que genial.

    Además también quiero avisarte que te nomine para un book tag en mi blog, ya tiene un tiempo que lo hice pero no había podido pasar tranquilamente a avisar. Aquí te dejo el enlace: http://idilioenlaoscuridadtotal.blogspot.mx/2017/03/book-tag.html
    ¡Saludos!

  3. M.C. Sark
    18/11/2017

    Acabo de descubrir tu blog y me llevo algunos libros anotados.
    ¡Saludos!

  4. Lydia Leyte
    18/12/2017

    Acabo de terminar La Librería del señor Livingston, y puedo asegurar que para mí, es el libro del año. He disfrutado con cada una de sus páginas, con cada personaje y cada situación. Y además, el libro es un maravilloso "recetario" de novelas estupendas y escritores maravilloso.

  5. […] La última entrada de mi blog estaba fechada a principios de mayo. Desde entonces, apenas he leído cuatro libros. Ya os hablé en la newsletter “Lo que mis lecturas dicen de mí” que cuando no leo es porque algo me preocupa y, a pesar de que no me ha pasado nada grave estos cinco meses, algo ha cambiado en mi vida. […]

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