En tus zapatos, de Beth O’Leary

Estos días calurosos de agosto, mientras medito haciendo largos en la piscina de mi barrio, me acordé de una lectura amable de hace algunos años sobre la que tenía la certeza de que me había gustado mucho. Releyendo la reseña, llegué a la conclusión de que los recuerdos estaban un poco distorsionados: en aquella ocasión la lectura me pareció sencilla y encantadora, pero también lenta y algo aburrida en ocasiones. Sin embargo, como señalaba Santi Araújo en su newsletter de esta semana, debe de ser que no existe una línea que separa la imaginación de la memoria, porque yo había idealizado ese texto y llevaba días sintiendo nostalgia por volver a encontrar algo así.

Y es que, de vez en cuando, me gusta volver a los personajes amables, las tramas sencillas y los lugares bonitos que me hacen sentir bien de las lecturas feel good, aunque luego, como casi siempre que algún libro y/o película se aparta demasiado de mis cánones de realidad (así no hay quien se enganche a la fantasía y por eso me gustan tanto los relatos en primera persona), me encuentre a mí misma desmontando tramas ligeras con poco sentido y preguntándome por qué estoy leyendo eso.

El caso es que, más allá de que mi cabeza me boicotee cuando tengo ganas de leer bonito, es verano y leer ligero se siente como comer salmorejo. Así que recurrí a una web que recomienda libros a partir de otros libros y uno de los que hacía match con Soñar bajo el agua era En tus zapatos, de Beth O’Leary (que, por cierto, tiene una portada preciosa).

¿Qué tienen en común ambos libros, más allá de la propia esencia del feel good? En ambos, hay una pareja de mujeres protagonistas en las que la brecha de edad es el factor determinante, y el trabajo conjunto imprescindible para dar una vuelta de tuerca a su situación. En la novela de O’Leary, Eileen tiene 79 años y Leena, su nieta, 29.

Tras la muerte de Carla, la hermana de Leena, la familia Cotton se viene abajo. Leena se refugia en su trabajo, en Londres, y en su guapo novio londinense, Ethan. Mientras, su abuela y su madre, Marian, intentan sobrellevar la pérdida como pueden en Yorkshire. Pero un traspiés en el trabajo hará que la joven Leena vaya de visita al pueblo y, en una decisión espontánea, cambie los papeles con Eileen (y sí, la abuela es bastante roquera y acepta el reto).

Como en Tú a Londres y yo a California o en The Holiday, abuela y nieta no solo cambian de casa, también de vida. Eileen aterrizará en Londres en busca de una juventud tardía que no pudo vivir: ligues, amistades y nuevas experiencias marcarán los dos meses de su intercambio. Leena se quedará en el pueblo al cargo de la actividad frenética de su ¿anciana? abuela, y creará vínculos insospechados con gente medio siglo mayor que ella mientras sana la pérdida de su hermana.

Entre ellas dos, se presenta un amplio elenco de personajes secundarios que abren y cierran subtramas mientras dan apoyo a la principal: hay amores, amistades, infidelidades, desencuentros, proyectos, lecturas… Casi demasiadas cosas que, sin embargo, casan y crean un círculo perfecto, aunque con muchos tópicos y lugares comunes.

Sin embargo, en este tipo de novelas, más allá de recrearme en los tan sobados y reconfortantes recursos a los que recurren (dejarlo todo y cambiar de vida de un día para otro, el pueblo perfecto, el chico ideal o el vecino gruñón que en realidad es encantador), siempre puedo sacar algo más allá de la experiencia estética.

En este caso, por ejemplo, la novela aborda temas como la relación de los mayores con la tecnología (una parte muy importante de la novela tiene que ver con la búsqueda de novio de Eileen por Internet); el amor y el sexo en la senectud (no sé hasta qué punto de forma realista); y, sobre todo, el sentimiento de soledad en la vejez, pero también entre los jóvenes. Y es que, cuando Eileen llega a Londres, descubre que, en contra de lo que sucede en su pueblo, donde todos conocen a todos, los ancianos en la gran ciudad pasan desapercibidos y pueden llegar a sentirse muy solos.

1 de cada 5 españoles se siente solo

Haciendo una búsqueda rápida por Internet, encontré un reciente estudio de las fundaciones ONCE y AXA, realizado en el marco del Observatorio SoledadES, que señala que el 20% de los adultos que vive en España se siente solo, lo equivalente a una de cada cinco personas. Y, además, este problema afecta a diferentes grupos poblacionales.

Cabría pensar que los ancianos son los que más sufren la soledad y, es así, pero la soledad está especialmente extendida entre los jóvenes, de 18 a 24 años. Después, decrece progresivamente con la edad, pero vuelve a repuntar en las personas mayores de 75, con una tasa del 20%. Aún así, este porcentaje está lejos de superar a la prevalencia del 34,6% de aislamiento que reconoce la juventud.

Para luchar contra esa soledad, Eileen Cotton pone en marcha el Club de Maduritos de Shoredich, un espacio comunitario en el hall de su edificio en el que el intercambio intergeneracional, el arte y la cultura son parte de la solución a un problema que los expertos consideran ya de endémico.

Calificación: entretenido, para pasar el rato.

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