Aperitivo veraniego de boquerones en vinagre caseros
Antes de ganar una Estrella Michelín por su puesto de comida callejero en Bangkok, Supinya Junsuta fue costurera. Le gustaba coser y disfrutaba haciéndolo, hasta que un incendio arrasó con su cotidianeidad, y tuvo que construirse otra. Fue entonces cuando decidió ponerse frente a los fogones, donde ha pasado buena parte de su vida cocinando, pero también tomando decisiones como la que le ayudó a dar el salto: comprar ingredientes de calidad para diferenciar sus platos de la competencia.
Ahora, su tortilla de cangrejo puede considerarse la más famosa del mundo, pero, en realidad, entres sus comienzos y la llegada de uno de los reconocimientos más prestigiosos para cualquier cocinero, han pasado muchos años. Junsuta, o Jay Fai, como se la conoce ahora por el nombre de su restaurante, tiene setenta y muchos años y piensa seguir al frente de su puesto para siempre.
Muchos de los protagonistas de la serie Street Food Asia de Netflix tienen eso en común: son personas muy mayores, que cocinan y venden en la calle platos tradicionales de sus países, sacan a su familia adelante, no piensan en la jubilación y se han reinventado mil veces, tantas como momentos difíciles les ha tocado vivir. Tienen algo que me ha fascinado, y es una capacidad de resiliencia y creatividad admirables cuando vienen mal dadas. Hace unos días, veía un vídeo en YouTube en el que la autora justamente se planteaba la siguiente pregunta: ¿Qué pasa si lo perdieras todo?
Hace unos años leí un libro del psicólogo Rafael Santandreu en el que la idea base es que podemos ser felices en cualquier circunstancia, y que lo único que necesitamos de verdad es la comida y la bebida del día… Sí, a mi este pensamiento también me parece muy extremo, pero tiene su sentido: Si en lugar de terribilizar, otro concepto de Santandreu, sacáramos las mil posibilidades que hay en nosotros, como decía Virginia Woolf, ¿quién sabe de lo que seríamos capaces? Quizá llegáramos sin buscarlo a la Estrella Michelín, como Jay Fai. O, simplemente, viviríamos más tranquilos, sin más.
Vencer 100 miedos
Pero llegar a este punto no es tarea fácil. Cada cual tiene que lidiar contra sus propios obstáculos y miedos (uno de los míos). Pero, ¿te imaginas hacerle frente uno por uno a 100 de ellos? Esto es lo que ha hecho Michelle Poler. Cansada de vivir atemorizada, decidió abrazar 100 de las cosas que le producían pavor: desde pedir dinero en la calle, ir a un bar ella sola, sostener una serpiente o probar la hipnosis. Su proyecto, que empezó como un trabajo para clase, se hizo viral y, en su último reto, Michelle llegó a la tarima de uno de los escaparates actuales más importantes: las charlas TED. Aquí tienes la suya. Y, si quieres escuchar su historia en castellano, esta semana se la ha contado a Charuca en el podcast Jefa de tu vida.
Receta de verano: boquerones en vinagre
Esta semana quiero cerrar la newsletter con una receta muy sencilla que me lleva a mi infancia, cuando mi hermana y yo bajábamos con mi padre a tomar el aperitivo al bar de Marcelino y compartíamos una Fanta de Naranja y la tapa de la Tere: los boquerones en vinagre.
Los boquerones en vinagre son mi último redescubrimiento culinario (como lo fueron la sandía, los pistachos y el salmorejo del que ya os hablaré otro día). Son tan fáciles de preparar como de comer y alegran un caluroso día de veranito junto a unas patatitas fritas y algunos encurtidos.
Paso 1: Pelar y limpiar los boquerones hasta que nos queden los lomos por separado. Si tenemos suerte y un pescadero de confianza, quizá podamos saltarnos este paso. Si no, aquí tienes un vídeo en el que se explica cómo hacerlo.
Paso 2: Ahora toca lavarlos en agua fría hasta que el agua salga más o menos limpia. Cuando lo consigas, déjalos escurrir hasta que prepares el condumio donde los vamos a sumergir.
Paso 3: Preparamos el condumio. Para 1 kilo de boquerones, haz una mezcla de 300 ml de vinagre de vino blanco o de vinagre de manzana, 100 ml de agua y un puñadito de sal al gusto.
Paso 4: Introduce los boquerones en el caldillo y déjalos macerar unas cuantas horas, hasta que veas que se han puesto blancos (3-4 horas). Después, mételos en un táper, y a congelar, por eso del anisakis.
Paso 5: Cuando te apetezca esta tapa veraniega, solo tendrás que sacarlos del congelador, dejarlos descongelar y colocar en un plato con aceite de oliva, ajo picado (yo pongo en polvo) y perejil. Acompáñalos con aceitunas, encurtidos o patatas fritas.
Mis cosas esta semana
- Una película: Diecisiete, de Daniel Sáchez Arévalo. Entiendo que a Nacho Sánchez le nominaran a actor revelación en los pasados Goya.
- Este libro que estoy leyendo: Vivir sin plástico. Ya os conté que a julio se le considera el mes sin plásticos y en unas semanas os contaré mi experiencia.
Nada más, solo me queda desearte buena semana cerca de un foco de fresco.
Un abrazo, Patricia