Constelación Teresa González: “El triunfo está en cómo te sientes contigo misma y, en ese sentido, yo me siento triunfadora”

Teresa González
Constelaciones es una colección de perfiles de mujeres reales que tienen mucho que contar. A partir de una foto antigua con significado para ellas, voy a repasar su historia, a unir sus puntos y a mirar en su futuro. ¿Cuáles eran sus ilusiones? ¿Qué queda de esas niñas en ellas ahora? ¿Qué proyectos tienen por delante?

La primera de esas constelaciones se llama Teresa González. Tiene 55 años y cuando le propuse esta entrevista se ilusionó con la idea, como con todo lo que hace, aunque tuvo dudas sobre si su historia podría estar a la altura. Yo estaba segura de que iba a estarlo.

De hecho, me parece que las vidas cotidianas, las intrahistorias de las que hablaba Unamuno, tienen mucho que decir. Todas las vidas son importantes porque ellas influyen en otras, y así sucesivamente. La de Teresa me influyó a mí (y seguro que a muchísimas personas más) por la luz que desprende.

Lo primero que os diré de Teresa es que es funcionaria, y he decido empezar por aquí porque fue en este entorno en el que yo la conocí. En un mundo un tanto gris como es el de la administración ella brilla por su creatividad y su compromiso con el servicio público. Y llama la atención porque recorre los largos pasillos del edificio en el que trabaja con pasos de baile en los pies y música en la cabeza.

Es una mujer que cree en sus proyectos y que pone notas de color a todo lo que toca. Ha conseguido dar forma en tan solo unos años a un puesto de trabajo que apenas se sostenía a base de constancia, esfuerzo y sonrisas. “Es un puesto que he creado yo con mi personalidad, a base de compromiso y aprendizaje”. A pesar de todo, dice que no consigue lo que se propone porque no se propone nada, simplemente aprovecha sus cartas.

Guardamar, vacaciones de Navidad en la playa. Circa 1975.
Pero, ahora que tenemos un poco de contexto, empecemos por el principio. La foto en blanco y negro que acompaña a esta entrevista es la que ella ha elegido para dar rienda suelta a una conversación sobre la vida. La encontró entre los recuerdos de la casa de sus padres en Garciotum, un pueblo de menos de 200 habitantes al oeste de la provincia de Toledo. Ella es la muchacha espigada con jersey clarito y pelo corto que aparece recta al lado del hombre. “Siempre he llevado el pelo corto porque a mi madre le gustaba así. Solo lo llevé largo para la comunión”, me explica.

Algo curioso de esta foto es que está tomada en Navidad, cuando Guardamar es prácticamente una ciudad fantasma. “Mi padre en verano trabajaba y nos fuimos de vacaciones en invierno”.

La familia… Y el mar

Pregunto quiénes salen en la foto. “Tres de las personas a las que más he admirado y admiro en mi vida: mi abuela, mi padre y mi hermano. Y el mar. Esta fue la primera vez que lo vi, con nueve o 10 años y desde entonces es una de las cosas de este mundo que más me atrae, y que me hace sentir plena”, dice.

Primero me habla de su abuela (la madre de su madre), con quien pasó muchos veranos y vacaciones en el pueblo. Cuenta que aquella mujer hacía de todo: tenía ganado, vendía leche y pienso, cobraba la iguala del médico, cosía,… Pero lo que más le gustaba era leer, aunque tenía poco acceso a los periódicos y otro material de lectura que no fuera el boletín de la iglesia: “Nosotros le llevábamos el periódico Ya y revistas cuando íbamos al pueblo. Se lo leía todo, sin importar si se pasaban tres meses o cuatro. Lo más gracioso es que cuando los leía, muchas veces nos preguntaba: ‘Pero ¿os habéis enterado de esto?’. Y nos teníamos que reír”.

En la foto también aparece su padre con 38 o 39 años; ahora tiene 84. Lo adora. Lo revelan las palabras que le dedica. “Siempre he admirado de él su capacidad de superación y de reinvención. Le encanta enredar, ahora, sobre todo, en el huerto. Es un hombre lleno de iniciativa, supervivencia y adaptación”.

Sigue el relato hablándome, en tercer lugar, de su hermano. “Es cariñoso y súper buena persona”, me dice. Como tú, respondo. “¡Uy, no! Mucho más. Me encantaría que lo conocieras”.

Llegados a este punto, a mí me resulta revelador que muchas de las cosas que Teresa ha resaltado de estas tres personas tan importantes en su vida, las veo en ella. Pero profundicemos un poco más.

¿Quién es Teresa?

“Crecí en un barrio en Carabanchel junto a Pan Bendito. Mi infancia fue sencilla y estuvo marcada por el carácter de unos padres austeros, hijos de la guerra. Cuando estaba aquí en Madrid, de pequeña, hasta que fui a la universidad, no era de mucha calle. Me gustaba estar en casa y sacar patrones con mi madre”. Su madre, que ya no está, y a la que quería con locura, pero con la que tuvo una relación complicada y compartió menos su manera de ver el mundo.

Con la máquina de coser Teresa jugaba a las oficinas y le encantaba hacer maquetas, construir e idear espacios. Quería ser arquitecto; convertir ideas en realidad le resulta muy satisfactorio. Y, aunque no es arquitecta, siempre está ideando algo. La palabra aburrir no entra en sus planes. Su último proyecto es aprender a coser a máquina, recuperar la ropa de su madre y poder usarla ella. Para que no se vaya.

Teresa acabó estudiando periodismo (y después derecho) y apuntándose a gym jazz en una escuela de la calle de la Libertad de Madrid. “Cuando era pequeña, mi madre me apuntó a clase mecanografía, que estaba justo al lado de la de balé. Y siempre tuve la ilusión de bailar, así que cuando estuve en la universidad, decidí hacerlo realidad. Para mí, bailar es una liberación; mover el cuerpo me positiviza mucho”.

Es en esta época de su vida en la que Teresa me cuenta que empezó a ser más ella. “Hasta entonces había actuado siguiendo las normas establecidas, pero a partir de ese momento empecé a apostar más por mí”. Después vinieron los idiomas, las vacaciones, las oposiciones, etc. En definitiva, la construcción de su vida según su visión.

¿Cuál es tu idea más grande construida?

Cuando pregunto por la idea más grande construida en su vida, me habla de su familia; de su marido, de sus dos hijas. Y de su vida cuando las niñas eran pequeñas. Ella tenía un puesto de responsabilidad y lo compaginaba todo con la carrera de derecho. Y recuerda una etapa difícil, en la que se agolparon muchas cosas de repente y se vio sobrepasada.  “A raíz de eso descubrí que iba a tener que hacer las cosas igualmente y que, si lo hacía poniéndole cariño, la carga dejaba de serlo. En realidad, era algo que había querido y lo tenía que cuidar cambiando la actitud”.

Dos de sus mantras vitales son que cuando las cosas pasan por algo es, “y me ayuda a relativizar y a buscar otra vía, otro camino y aprendizaje”; y que es obligatorio aprovechar, valorar el momento y todo lo que tienes. “Mira, por ejemplo, ahora con el COVID-19, parecía que lo teníamos todo y, en realidad, somos muy vulnerables”. Así que ella disfruta, y mucho. “Me ilusiono con todo, aunque sea pintar una pared”. Y, como buena ilusionadora, también es muy impaciente.

Abre un capítulo aparte para hablarme de una etapa profesional muy especial para ella, la de sus 26 años de servicio público en la Dirección General de Tráfico (DGT). “Aquí encontré sentido a haberme convertido en trabajadora pública al servicio del ciudadano: él te paga y tú trabajas para mejorar su vida”. Lo hizo desde el departamento de publicidad y recuerda con mucho cariño el período en el que se incorporó Pere Navarro como director de la DGT, en el año 2004. “Hicimos un esfuerzo conjunto de todas las unidades, con publicidad rompedora y medidas importantes como la reforma del Código Penal, el permiso por puntos, el centro de gestión de León…”. La publicidad en ese momento se convirtió en un potente altavoz; todavía recordamos aquellos anuncios tan duros que, sin embargo, cumplieron la misión de concienciar a la población.

“Cada día consultábamos los datos de víctimas mortales y heridos en accidentes de tráfico y notábamos cómo con las medidas que fuimos aplicando las cifras se reducían. En 2004 contabilizábamos 5.000 fallecidos en las carreteras españolas y, en 2013, ese número había bajado hasta los 1.000”.

Todo esto fue un trabajo en equipo. Lo remarca mucho. Ella era (y sigue siendo) “la jefa”. Así la llaman sus compañeros de manera amorosa, aunque ya hace ocho años que no trabaja allí. “Parte de la coordinación de personas ha sido uno de mis grandes retos profesionales porque debes ser consciente de que estás trabajando con personas: tienes que motivar,  implicar,… Y durante todos esos años llevamos adelante un proyecto tan ambicioso e importante gracias a la complicidad del equipo, la misma con la que trabajo ahora en el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana”, señala orgullosa.

¿Qué queda en Teresa de la niña de la foto?

“No creo que quede mucho de esa niña en mí ahora. Quizá la timidez de expresarme en público. Pero, desde entonces he ido soltando muchas barreras y complejos”. Y enseguida le viene Antonio. “Con Antonio, mi marido, he crecido mucho como persona. He aprendido a pedir perdón”. Y también sus hijas. “Me aportan muchísimo siendo tan jóvenes con su nivel de madurez, su perspectiva, su asertividad”.

Y señala una barrera importante que ha superado desde esa foto: “no sentirme inferior y ser más yo, y todavía me queda”.

¿Qué proyectos tienes ahora?

Dice que no tiene grandes proyectos, “solo disfrutar de todo lo que tengo y de pequeñas cosas: hacer mi trabajo cada vez mejor y picotear en las cosas que me gustan. Vivir el día a día”. Touché.

Quiere aprender a coser a máquina para seguir creando; disfrutar de la playa, de su casa en Burgos, del pueblo. Quizá un viaje especial a África. “Lo que sí me gustaría es vivir las cosas con más tranquilidad en el sentido de no querer empezar y acabar rápido. En ese ralentizar un poquito también encuentro satisfacción”.

Y, eso sí, “uno de mis grandes sueños es que mis hijas tengan tanta suerte como yo o como su padre de trabajar en cosas que les den satisfacción”.

El triunfo está en cómo te sientas contigo misma y, en ese sentido, me siento triunfadora.
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