La mayor parte de los libros de autores japoneses que he leído hasta el momento hablan de la muerte y, a la vez, de las cuestiones que más felices nos hacen en la vida como el amor, la familia y la amistad. ¿Paradójico o complementario?
Hoy, que es el tercer lunes del mes de enero y que se supone que es el día más triste del año o Blue Monday, me apetece hablar de ello. Llevo ya tiempo rondando que tenía que reunir en una sola entrada todo lo que los libros de autores nipones me han hecho rumiar y que he dejado desperdigado por el blog.
Empezaré por esta reflexión que escribí en la reseña de Kokoro, de Natsume Sōseki: “A pesar de que no hay nada que me pueda gustar más que una novela feel good, cuando abro un deprimente libro japonés sé que me va a gustar mucho. Lo achaco a las reflexiones sobre la vida y aspectos tan trascendentales como la amistad, la familia o el amor que acostumbran a hacer. Me encanta pensar sobre esas cosas; me chifla, lo reconozco”.
Y es que los personajes metafóricos de todas las novelas niponas que he leído hasta el momento son la tristeza, el sueño, el suicidio o la muerte. Las páginas de estos libros transcurren envueltas en un halo onírico y misterioso e incluso en ocasiones en estados de inconsciencia o fenómenos paranormales.
Recuerdo que hace unos años, para relajarme antes de dormir, estaba escuchando una grabación que alguien me pasó. Fui aflojando todos los músculos tal como me indicaba la locutora hasta que me quedé frita. O eso pensaba yo. El audio siguió y, en un determinado momento, a la mujer de detrás de mis auriculares se le ocurrió decir que dormirse es como una pequeña muerte diaria y mi cerebro dijo: ¿Cómo, qué? Y me desperté sobresaltada.
Tener una razón para levantarnos todas las mañanas
Anécdotas aparte, en estos libros aparentemente pesimistas, es una constante la búsqueda de la identidad y de la felicidad. Lejos de ser textos tristes o deprimentes, arrojan reflexiones para los que se quedan y apuestan por la vida, a pesar de las dificultades. Son novelas escritas para los que creen en el amor, en la amistad y en la existencia en general.
Todo esto me quedó más claro si cabe cuando leí Los amigos, de Kazumi Yumoto, un libro que tiene por subtítulo: “Una novela sobre la muerte que defiende la alegría de vivir”. Lo que necesitamos es encontrar una buena razón para levantarnos todas las mañanas, como le pasó al abuelo moribundo de esta novela de Yumoto. El problema es que, a pesar de que las estadísticas indican que el bienestar actual es, con mucho, mejor que nunca, hay una fuerte deshumanización.
Y es esta palabra, deshumanización, una de las que mejor retrata el ambiente que se recrean en las novelas japonesas. Somos muchos, cada uno a nuestras cosas, y nos sentimos solos y perdidos. Eso le pasa a la protagonista de Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, un relato espeluznante de cómo “trabaja” la sobre-jerarquizada sociedad japonesa.
Aprendiendo más acerca de la muerte
Por tanto, volviendo a la pregunta que me hacía al principio: entre la muerte y la búsqueda del sentido de la vida: ¿paradójico o complementario? Para mí, es totalmente complementario. No se puede entender la una sin la otra pero puede que una de las cuestiones en las que tengamos que trabajar es en aprender más acerca de la muerte, tratada como un tema tabú y oscuro. ¿Por qué no nos interesarnos más sobre ella? Porque da miedo. Sí, lo sé, a mí también, pero igual es por eso por lo que me produce una gran curiosidad y leo estas novelas de autores japoneses.
No puedo acabar sin recomendar algunos de los trabajos de Elisabeth Kübler-Ross, una psiquiatra que estudió casos de personas en coma que finalmente sobrevivieron y que hizo un amplio seguimiento de moribundos. Yo me estoy iniciando en el tema con ella. Aviso: sus conclusiones pueden chirriar, y mucho, con las creencias actuales que tenemos. Hay que adentrases en ellas con la mente abierta y, en la medida de lo posible, sin prejuicios. Luego cada uno que se quede con lo que más le convenga. Yo siempre lo hago así.
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