Excursión a Patones de Arriba

Hacía casi tres meses que no salíamos de excursión. El invierno invita a recogerse y las obligaciones se imponen. Pero el mes de marzo es en el que empieza la primavera y los días se van haciendo más largos; la morriña del sofá y la mantita empieza a diluirse.

Por eso el domingo pasado decidimos que iba siendo hora de planificar algo; cortito, pero algo. Me apetecía ir a un lugar y mirarlo con los ojos del viajero: fotografiar rincones, descubrir paisajes, ver gente y disfrutar de nuevas situaciones.

¡En marcha! Nos vamos de excursión

Al final salió una de esas excursiones Comunidad de Madrid que tanto me gustan y que me permiten descubrir sitios que están muy cerca de donde vivo y que permanecen pacientes a la espera de que los descubra.

El lugar que visitamos se llama Patones y está a 90 kilómetros de distancia de mi casa, en el noreste de la Comunidad de Madrid, lindando con la provincia de Guadalajara. Para llegar desde la capital, hay que coger la A-1 dirección Burgos hasta llegar a la N-320, donde nos desviamos hacia una carretera de doble sentido que en 15 minutos nos anuncia Patones… de Abajo, la parte del pueblo situada al pie de la montaña detrás de la que se esconde Patones de Arriba, uno de los pueblos más bonitos de España, según cuentan.

Patones de Arriba. Conjunto Histórico. Bien de interés cultural

Para llegar a Patones de Arriba hay que subir un pequeño puerto de carretera estrecha y curvas cerradas que, tras un par de kilómetros, desembocan en la carretera de acceso al pueblo desde donde te dan la bienvenida el acueducto del Canal de Isabel II, y las primeras casas negras.

Acueducto de Patones de Arriba

Antes de pasar al pueblo, nada más llegar a la puerta, hay tres aparcacoches que te preguntan si tienes reserva para comer. En su chaleco reflectante llevan impreso el logotipo de Masterchef.

Los que vamos a pasar el día tenemos que aparcar fuera del pueblo en una cuesta que queda nada más entrar a la izquierda y que está bastante mal acondicionada para ser un sitio tan turístico. De hecho, nosotros rozamos el coche ligeramente con una piedra en la puerta del conductor. Heridas de guerra, lo llamo yo; recuerdos que nos llevamos en el coche, como la rascada de puerta que hice en nuestra visita a Bayeux del verano pasado. A la media langosta la idea de las heridas de guerra no acaba de convencerlo.

De todas maneras, una vez pusimos los pies en tierra y la mochila a la espalda encendimos el modo explorador. Aún era pronto por la mañana y había poca gente. Además, amenazaba agua y ya se sabe que los días de lluvia intimidan un poco. Pero a mí caminar bajo la lluvia me gusta. Los sitios tienen un color diferente. Es todo más nostálgico y esto me invita a mirar las cosas desde la reflexión más íntima.

Patones es un pueblo de color gris y negro, en parte porque las construcciones están hechas de pizarra, un material de la zona. Mi madre, que nos acompañó en la excursión, nos dijo que ella recordaba haber visto un reportaje en televisión en el que la alegría de los colores de las plantas llamaba la atención. Pero nosotros tan solo vimos un geranio de color rojo. No había flores pero sí mucho verde en la montaña debido a las últimas lluvias.

Patones es un pueblo gris, por la pizarra de sus construcciones

Justo en la entrada del pueblo hay ermita reconvertida en una pequeña oficina para turistas, en la que ofrecen visitas guiadas por 2,5 euros. Nosotros preferimos hacerlo por nuestra cuenta, ya que el pueblo es pequeño y hay una pequeña ruta marcada. Lo mejor es perderse por las callecitas y descubrir rincones aunque, eso sí, cuesta que viene, cuesta que se va.

Cuesta para arriba, cuesta para abajo

Empezamos por la izquierda, nos fijamos en las casas, en las típicas construcciones de pizarra, e hicimos zigzag por las calles hasta llegar a lo más alto del pueblo. Recorrimos parte del camino de tierra que continúa por la montaña hasta llegar a unas cuevas que nos llamaron la atención desde más abajo. No visitamos la más famosa de la zona, la Cueva del Reguerillo porque, sinceramente, no sabía si quiera de su existencia. Las que sí vimos eran bastante pequeñas y el estado de conservación no era muy bueno.

Cuevas en Patones

Volvimos al pueblo y lo recorrimos esta vez por el margen contrario al que habíamos subido. Ahora íbamos cuesta abajo y muy pendientes de no escurrirnos. La combinación pizarra+lluvia+barro+zapatillas inadecuadas nos daban todas las papeletas para besar el suelo de Patones. Pero no, no caímos.

Continuamos callejeando y nos dimos cuenta de que, a eso de la una del mediodía, aquello empezaba a animarse. A pesar de las predicciones meteorológicas y del sirimiri que había caído un poco antes, el cielo nos estaba dando una tregua y el pueblo había comenzado a llenarse de gente.

Patones es un sitio con mucha gastronomía y el logo de Masterchef en los chalecos reflectantes de los aparcacoches tiene su sentido. Por lo visto, el restaurante El Poleo apareció en el famoso programa de cocina y, desde entonces, es toda una celebridad gastronómica en el pueblo. Pero hay muchas opciones más para ser un pueblo tan pequeño. Nosotros paramos en una taberna en que lo típico son los torreznos. Y eso fue lo que pedimos, un refrigerio con torreznos para aliviar el hambre que nos había dado la caminata. El precio fue muy normal. Si os pensáis, como pensé yo, que sería más caro de lo normal os diré que no. Dos refrescos, una botella de agua y un torrezno a compartir, 6,50 euros.

Después de tomar algo, seguimos viendo zonas que antes nos habíamos dejado en el tintero e incluso visitamos una tiendecita en la que vendían artesanía y dulces caseros. Además, nos topamos con unos turistas extranjeros. Me encanta cuando la gente se sale de los itinerarios típicos y descubre este tipo de maravillas. A estos viajeros yo los califico de pro. Salen de las guías establecidas e invierten tiempo en conocer los contrastes de la Comunidad que acoge la capital de España. Sencillamente, me alegra el día.

Para terminar nuestra visita, miramos un par de puestecillos que había a la entrada y llegamos al punto de partida de nuevo. Como no teníamos reserva para comer, decidimos dar por terminada ahí la excursión. Deshicimos el camino de ida y bajamos por la carretera de acceso notando más tráfico de coches que subían. Enseguida estuvimos de nuevo en Patones de Abajo y buscamos la salida a la A-1.

En menos de media hora ya veíamos a lo lejos las cuatro torres que presiden Madrid. No dejo de asombrarme de lo diversa que es la Comunidad de Madrid. “Esto también es Madrid”, pienso cada vez que visito un lugar que no se parece en nada a la ciudad de cemento y prisas a la que voy a trabajar todos los días. Lo hago para ser consciente de ese orgullo de pertenencia a la tierra que me vio nacer y que, desafortunadamente, los madrileños solemos olvidar. Pero sí, yo soy de Madrid, de Madrid, de Madrid.

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