Medusa, de Ricardo Menéndez Salmón

El fin de semana pasado celebrábamos en mi ciudad la Feria del Libro y la Cultura de Parla, un evento que cumple ya tres años y alrededor del que nos juntamos muchos de los amantes de los libros. En cada edición, el Club de Lectura de Parla Este ha tenido un huequito para reunirse en el marco de esta Feria, pero este año ha sido especial porque, al fin, hemos puesto cara a los integrantes del resto clubes de lectura.

Y lo hicimos alrededor de una obra que me ha parecido muy especial en muchos sentidos, ya que abre un debate en torno a una faceta que toca muy de cerca a los periodistas: ¿es moral ser testigo de sucesos atroces sin hacer nada? Ahora lo veremos.

El moderador del debate, el escritor parleño Carlos Lapeña, me pidió que abriera la sesión y lo quise hacer mostrando aquello que más me había marcado del libro que, paradójicamente, no tiene que ver con el tema central que os he dicho en el párrafo anterior. Medusa, de Ricardo Menéndez Salmón, me ha transmitido mucha belleza en la forma, es decir, es un libro exquisitamente escrito, es prosa que parece verso. Además, en muchas de las páginas encuentras perlas de reflexión de esas que te hacen bajar el libro, mirar a la nada al horizonte y quedarte un rato pensando.

Pero, en realidad, la temática de esta novela es devastadora. Prohaska es un artista alemán que trabaja para el Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda. En el desempeño de su trabajo como fotógrafo, inmortaliza las escenas más duras y sombrías de la Alemania nazi; capta verdaderas atrocidades escondido detrás de su objetivo.

En el debate que mantuvimos los miembros de los clubes de lectura de Parla había sensaciones encontradas. Por un lado, muchos pensaban que Prohaska era tan culpable como los monstruos que cometían  verdaderas barbaridades contra los judíos mientras que otros, por el recorrido del personaje, por la forma de ser que nos relata el autor, y por otra serie de características que se narran en la novela, pensábamos que Prohaska era una persona que fue testigo de esa situación pero que también pudo serlo en otra. De hecho, dice de sí mismo en un momento del relato: “Si Alemania hubiera sido comunista, yo hubiera sido su fotógrafo. Pero mi Alemania adulta fue fascista. Y yo, que no tengo ideología, estaba allí”.

Desde luego, el libro relata la culpa y las secuelas personales que este trabajo deja en Prohaska, que un día abandona su Alemania natal para no volver y viajar por el mundo retratando el horror y la barbarie alrededor del globo. ¿Es Prohaska un voyeaur del horror, un sádico, o un testigo de la Historia y un artista que deja su legado?

Desde luego esa pregunta la tiene que responder cada lector de manera personal. En mi opinión, Prohaska hace un trabajo sucio, duro; de hecho, él, al hacerlo, sufre mucho. Pero, ¿se puede culpabilizar a alguien que retrata lo que sucede y que no hace nada? ¿Realmente no está haciendo nada?

El debate que se puede generar en torno a este tema es muy amplio y controvertido, así que os animo a participar y a dejar vuestro comentario en este post. Pero no quiero terminar sin hacer alusión a dos de las frases que, como os decía, deja huella por lo bonito de la estética de esta novela.

“No existe en alemán una palabra para designar a los padres que han perdido a sus hijos […] Tampoco en español existe una palabra que designe al padre que ha perdido a su hijo, salvo lo que la Academia denomina un uso poético de la palabra huérfano. Es como si el lenguaje, ante el dolor más grande que existe en el mundo, no se atreviera a nombrarlo más que perífrasis o encubrimientos. No hay un vocablo exacto, unívoco, para designar una pena tan absoluta. El lenguaje es así de pudoroso”.

“Pero ella me enseñó esa verdad que a menudo nos obstinamos en ignorar: que a menudo son las personas que pasan, y no las que permanecen, las que juegan un papel decisivo en nuestras vidas. ¿Por qué? Precisamente porque la vida no las gastó, porque su memoria, para lo bueno y para lo malo, permanece a salvo del paso del tiempo, que todo lo ensucia”.

La foto de la niña de Vietnam

Durante la reunión, coincidimos en que esta polémica está muy vigente hoy en día (aunque yo creo que nunca ha dejado de estar) sobre todo por las imágenes que vemos a diario de los refugiados, de inmigrantes en pateras, de gente que ha perdido sus casas,… ¿Nos hemos vuelto insensibles ante estos hechos? ¿Son los periodistas culpables por ser testigos y no hacer nada? ¿Por qué actuamos a un nivel tan bajo con todo lo que pasa incluso a nuestro alrededor?

Dejo abiertas estas preguntas por si alguien quiere expresar en este espacio su opinión y me gustaría recordar ahora la foto de aquella niña de Vietnam. Algunos dicen que la foto de esta tragedia aceleró el fin de la Guerra de Vietnam. No lo sabremos de cierto. Lo único que nos queda, sobre todo hoy en día, es creer en el poder de la imagen como el catalizador que nos sirva para procurar que el horror no se vuelva a repetir.

2 comentarios

  1. La verdad es que es un tema muy controvertido. Yo creo que de algún modo captando los horrores de la humanidad se contribuye a evolucionar, están ahí para recordarnos lo que no deberíamos hacer (aunque muchas veces no sirva). Y a sus autores no les catalogaría como sádicos sino que quizás me compadecería de ellos porque no tiene que ser nada fácil vivir eso sin inmutarse.

    Besitos, me anoto el libro 😉

    1. Patricia
      19/04/2016

      Yo creo que, como en todos los aspectos de la vida, habrá personas maquiavélicas que desgraciadamente disfruten con el horror y el terror. Pero no es el caso de Prohaska (así se entiende en el contexto del libro) o de muchos otros que documentan la Historia.

      Gracias por tu comentario!

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