La trilogía de Nueva York, de Paul Auster

27 de febrero, Día de Paul Auster en Brooklyn

Cuando me apunté al reto Autores de la A a la Z, tuve claro que la letra A sería para él, para Auster. Y la explicación viene de hace poco menos de un año, cuando me enamoré de una de sus novelas menos conocidas, Brooklyn Follies. Poco después, leí El palacio de la luna y, a pesar de que la emoción de los primeros tiempos ya no era tal, continué encandilada por la prosa de este escritor.

Por eso, les pedí a los Reyes Magos otro libro suyo, para seguir profundizando en su literatura, y fue entonces cuando llegó La trilogía de Nueva York. A principios de febrero, con emoción, lo saqué de la estantería y comencé a leer… Y, poco a poco, volvieron a mi mente recuerdos, sensaciones y sueños muy parecidos al momento en que leí El Palacio de la Luna: personajes perdidos, extraños, surrealistas incluso, obsesivos, tristes y con una clara falta de identidad.

Las primeras páginas del relato que inaugura el libro, La ciudad de cristal, me atraparon de momento. Esa sensación no duró mucho y, lo mismo que vino, se fue: el texto se revolvió y surgió algo tan raro que progresivamente fui despegándome de él. Tuve incluso ganas de aparcarlo. Sin embargo, no sé si fue porque me negaba a que se cayera mi mito de Auster o porque la prosa de este escritor te envuelve y no te deja soltarte (quizá ambas cosas a la vez) que continué. Poco después descubrí que había algo que me intrigaba en lo que leía. Llegué a pensar que lo que no comprendía de forma inmediata podría descifrarlo a lo largo de las páginas que me quedaban del libro. Así que proseguí mi cometido.

Los dos primeros relatos, La ciudad de cristal y Fantasmas me parecieron calcos. Cambiando los nombres de los personajes y algo de dónde se desarrolla la trama, podemos identificar muchos elementos comunes. Son los dos más abstractos, más oníricos, con puntos surrealistas. Los personajes principales se encuentran en transición y sumidos en sus pensamientos y en el desembrollo de su lío existencial a la vez que intentan resolver sendos casos detectivescos.

El tercero, La habitación cerrada, es el que más engancha. Hay menos reflexión y más aspectos terrenales. Es en este último en el que, poco a poco, por las pistas que va dejando el propio narrador, puedes poner sentido a lo que has leído antes.

En toda la trilogía se suceden las referencias a elementos propios de la obra de Auster: el azar, la casualidad de los hechos, el vagabundeo, la  identidad (uno de los personajes de la novela se llama Paul Auster), se reflejan ciertos aspectos biográficos (por ejemplo, uno de sus personajes trabajó en un petrolero como él), la metaliteratura, el pasado, Nueva York, Brooklyn,…

Recuerdo que la noche que acabé de leerlo estuve pensativa durante un buen rato, intentando asociar, darle sentido a todo el conjunto. Incluso ¡soñé con ello! Por la mañana pensé “bueno, no intentes entenderlo todo, solo repósalo y algún día vuelve a él”. Puede que para entender y desenmarañar el ovillo de La trilogía de Nueva York sea necesaria una relectura (o varias).

“En última instancia, una vida no es más que la suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no revelan nada más que su propia falta de propósito”.

El Puente de Brooklyn

Una de las cosas que más me gusta de la obra que he leído hasta el momento de Auster son los espacios. Junto a los personajes, recorremos la geografía de Nueva York, especialmente los distritos de Manhattan y Brooklyn. De hecho, cada 27 de febrero (o sea, hoy mismo) se celebra en Brooklyn el Día de Paul Auster.

En un momento de la trilogía, dentro del relato Fantasmas, Auster cuenta la historia del Puente de Brooklyn, uno de los símbolos más reconocibles de Nueva York. El puente fue diseñado por la firma de John Augustus Roebling. Durante el proceso de construcción, Roebling se lesionó gravemente un pie al chocar un ferry contra un muelle mientras realizaba mediciones en el East River; pocas semanas más tarde, murió de tétanos debido a la amputación de los dedos del pie.

Su hijo, Washington Roebling, le sucedió en el cargo, pero sufrió una enfermedad denominada síndrome de descompresión o “enfermedad de los buzos”. La esposa de Washington, Emily se convirtió entonces en su ayudante. Asesorada por su marido, quien vigilaba la construcción desde casa, comunicaba las instrucciones de su marido a los ayudantes sobre el terreno. Cuando el puente se abrió al público, ella fue la primera persona en cruzarlo.

Fotografía: «Brooklyn Bridge Postdlf» por Postdlf de en.wikipedia.org. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons.

4 comentarios

  1. Taty
    27/02/2015

    Tengo curiosidad por este autor, pero creo que no empezaré por esta obra, pues parece algo más dura que el resto. Intentaré enamorarme de él poco a poco, con alguna de las más famosas ^^

    En muchas lecturas pasa eso, tienes que releerlas muchas veces para captar su esencia y, en realidad, ahí está el precio que hay que pagar para conseguirla.

    Un beso, nos leemos!

    PD: Ya tienes 20 seguidores 😉

  2. Patricia
    27/02/2015

    Siiii, ya vamos por 20, Taty! Estoy súper contenta 🙂

    Yo te recomiendo empezar por Brooklyn Follies, es una novela preciosa.

  3. Dru
    28/02/2015

    ¡Hola! Pues aún no he leído nada de este autor y viendo tu reseña me apetece, así que como recomiendas intentaré empezar con Brooklyn Follies! 🙂
    un abrazo! 😉

  4. Amy Plin
    01/03/2015

    No he leído nada del autor, pero no llama excesivamente mi atención.
    ¡Besotes!

Los comentarios están cerrados.

Volver arriba