El síndrome de París, de Aniko Villalba

En colaboración con Wear it slow |

Dicen que alrededor de una veintena de japoneses al año no puede asimilar la realidad de París cuando llegan por primera vez. La diferencia entre lo que imaginan que es y lo que en realidad es les supera: ellos esperan una ciudad perfecta y se encuentran otra más real, con sus virtudes, pero también con sus defectos. El resultado es que se sienten ansiosos y desilusionados. A esto se le llama el Síndrome de París.

En alguna ocasión, seguro que tú también has ido de viaje a algún sitio que no resultó ser lo que esperabas. A mí me ha pasado varias veces y, aunque al principio intentaba convencerme de que no era tan malo, ahora ya no lo hago. ¿Y qué si el lugar que he elegido no es lo que yo pensaba?

Nos hemos acostumbrado a anticipar lo que vamos a encontrar en cualquier lugar del mundo, independientemente de lo lejos que esté. Nos dejamos influir por fotos, comentarios, guías, el GPS … Y matamos el componente sorpresa de los viajes. Además, nos gusta llenar nuestras agendas, programar decenas de visitas… Y nos olvidamos de ver, de intercambiar palabras, de armar nuestro propio itinerario, de callejear…

Por suerte, el slow travel se está convirtiendo cada vez más en tendencia y son muchas las personas que se paran a sentir los lugares que visitan con los cinco sentidos. Una de ellas es Aniko Villalba, una chica argentina que ha recorrido el mundo sola durante los últimos años.

Su experiencia la ha contado en dos libros. El primero de ellos, Días de viaje, lo reseñé hace unos años en mi blog y en él la autora hace un repaso por sus primeros dos años de aventura prácticamente en solitario por América Latina, Asia y parte de Europa. Lo que encontraréis no es una guía de viaje, sino un relato sobre experiencias, sensaciones, lugares, gentes, costumbres, anécdotas y vida.

El segundo libro se titula precisamente El síndrome de París y supone la vuelta a la vida nómada de Aniko tras un parón en Buenos Aires después de su primer viaje. Sin embargo, y a pesar de que esta forma de vida es con la que soñamos todos, vivir en movimiento no siempre es fácil.

Aniko comenzó esta nueva aventura en 2013, justo unos días después de la muerte de una de sus mejores amigas. Con este punto de partida de fondo, la escritora reflexiona a lo largo del libro acerca de esas cosas de viajar menos atractivas, como el movimiento constante sin sensación de pertenencia a ningún lado; la gente que queda lejos, tu familia, los amigos; las relaciones, cómo mantenerlas a distancia, …

Pero, como no hay mal que 100 años dure, superada la primera fase del duelo y tras recorrer parte de Chile y Bolivia, Aniko aterrizó en España y descubrió el sentido de su nuevo viaje: iba a experimentar con él. Y, de esta manera, dejó de hacer lo de siempre y se retó a sí misma a… recorrer Altea de manera automática; hacer contraturismo en Valencia; ir a la búsqueda del tesoro en Barcelona y París; recorrer Londres solo en transporte público; descubrir a su manera la ciudad de uno de sus grupos musicales favoritos, los Beatles; atravesar Islandia haciendo autostop; y conocer las raíces de sus antepasados en Hungría.

Hasta que llegó un momento en el que el cuerpo y la mente pidieron parar: es en los últimos capítulos donde Aniko cuenta su necesidad de asentarse en un lugar, junto con L, esa persona especial que se presentó después de la colección de relaciones rotas que supone vivir en constante movimiento.

Y, así, llegamos al último capítulo, mapa subjetivo de Biarritz, un recorrido alternativo por la archiconocida ciudad francesa, el lugar donde una chica argentina que había recorrido medio mundo sola en los últimos 10 años levanta su campamento base para quedarse a vivir.

“Caminar sin rumbo, callejear, es mi manera de conocer el mundo”

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1 comentario

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